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Jorge GdO

23/07/14

El tapón del buen vino

Francisco y Ezequiel acaban la jornada a mediodía, porque en Cortes de la Frontera (Málaga) a partir de las dos de la tarde el termómetro se dispara estos días casi hasta los 30 grados. Menos mal que los alcornoques que desnudan les dan sombra, lo que les convierte en unos privilegiados entre los trabajadores del campo. Ezequiel y su compañero son corcheros, los que sacan a hachazos la corteza del árbol. El sistema es artesano, un tajo y hacer palanca con el extremo del hacha para despegar la piel rugosa. Luego pasan el relevo a los arrieros, como Pedro José Jiménez (32 años, Alcalá de los Gazules, Cádiz). «El del arriero es el trabajo más duro. A las cinco y media de la mañana ya estamos en la finca preparando los mulos para el transporte, vamos con linternas porque no ha amanecido». Él estudió electricidad y trabajó en torres de alta tensión, pero el corcho lo vio toda la vida en casa y ayuda los veranos. Cuando Pedro José y los demás arrieros acaban la jornada, rematan los que pesan la corteza.

El corcho se dejará reposar luego seis meses antes de cocerlo y cortarlo en tiras que acabarán convertidas, principalmente, en tapones para las botellas de vino. Pero también en material para suelos, como el que pisan los visitantes de la Sagrada Familia de Barcelona. En «láminas para insonorizar los cines y hasta en los paneles que venden los ‘chinos’ para pinchar notas. Cada año salen 30 millones de kilos de corcho de Extremadura que es, junto a Andalucía, la región donde más industria corchera hay en España, según explica Germán Puebla, director general del Centro de Investigaciones Científicas y Tecnológicas de Extremadura. Habla de kilos, pero ellos usan el quintal, que equivale a 46 kilos. «Un quintal se vende entre 40 y 120 euros, dependiendo de la calidad de la corteza». «El calibre bueno son dos dedos, y mejor cuanto más liso, sin poros», ilustra Pedro José, que antes que arriero fue corchero y lleva doce años en el negocio. Dice con orgullo que Cádiz es «la provincia que produce casi el 50% del corcho en España». Aunque el primer exportador del mundo es Portugal. Luego, nosotros, y con una producción «anecdótica» Francia, Italia, Argelia, Marruecos y Túnez.

Cada año se cierran en el mundo 18.000 millones de botellas. «De esos, 14.000 millones de tapones son de corcho, que es mejor que el plástico y se mantiene impoluto 30 años después. Aunque para un vino joven que se va a abrir en seis meses no hay problema en ponerle uno de plástico», conceden los expertos del sector. Los caldos que tardarán dos o tres años en beberse necesitan corcho. «A un Vega Sicilia le ponen un tapón caro, el mejor, el que sea más parecido a la madera, el que tenga menos poros». Fabricamos el tapón de nuestros vinos, de los que hacen en Chile, en Japón, en Estados Unidos, en China... y también mandamos mucho corcho para hacer suelos en Alemania.

Los tapones que pondrán los bodegueros a sus botellas el próximo año se empiezan a fabricar estos días. Como esta actividad es un aprovechamiento forestal, precisa de una autorización administrativa y en Extremadura el decreto establece un periodo de tres meses: del 15 de mayo al 15 de agosto. Cuadrillas de 30 o 40 trabajadores, muchos de ellos antiguos peones de la construcción, han encontrado en los alcornoques que vieron crecer desde chicos un atajo para esquivar la crisis. Cobran entre 80 y 90 euros por jornada, aunque es un tajo temporal que se acaba en seis semanas, lo que dura la campaña. «Algunos marchan otras dos o tres semanas a Salamanca, que también tiene alcornocales».

Ese en el que han clavado el hacha corchera Ezequiel y el compañero tiene «entre 60 y 70 centímetro» de diámetro, la medida óptima y «por lo menos 30 ó 40 años», que es la edad a la que pueden empezar a pelarlos. Una vez extraída la corteza, el árbol tiene que descansar nueve años. «Esta temporada es mala, muchas fincas están ‘descansando’, el año que viene habrá más producción», se resigna Pedro José.