CHIL.org

Marta García

14/06/15

La biodiversidad aumenta la productividad de las plantaciones forestales

Plantar un árbol es uno de los mejores gestos que podemos hacer por el medio ambiente. En eso supongo que estaremos todos de acuerdo: cada poco tiempo nos lo recuerdan mediante campañas de concienciación, sobre todo cuando se acerca el día del árbol, el del medio ambiente, o alguna otra fecha señalada. Hasta tal punto están arraigadas en la cultura popular la bondades de plantar un árbol que el famoso dicho lo considera una de las tres cosas que toda persona debería hacer antes de morir, junto con tener un hijo y escribir un libro.

Mala reputación ¿merecida?

Pero si en vez de plantar un árbol hablamos de plantar miles, incluso decenas de miles, quizá algunos empiecen a arrugar la nariz porque ya no estamos hablando de árboles, sino de plantaciones. Mientras que los árboles tienen una merecida buena reputación, las plantaciones forestales, en general, no gozan de tan buena prensa. Normalmente se entiende por plantación forestal una superficie arbolada que se ha obtenido de forma artificial y en la que hay un alto grado de homogeneidad y regularidad, tanto en las especies utilizadas como en la edad o tamaño de los árboles. Además, se suelen plantar especies de crecimiento rápido, buscando la máxima productividad. Clásicos ejemplos de plantaciones con mala fama en España son las de eucalipto del Cantábrico occidental, las de pino insigne de Euskadi o las choperas de los valles del Duero y el Ebro.

A pesar de su mala reputación, la realidad a menudo se empeña en ser gris, no blanca ni negra, y por supuesto no todas las plantaciones son iguales. Aunque a menudo paguen justos por pecadores, nada tiene que ver eliminar el bosque autóctono para introducir un ejército de árboles –todos iguales, a veces incluso clones– de una especie exótica con reforestar antiguos cultivos abandonados con mezclas de frondosas como cerezos y nogales.

“Mientras que los árboles tienen una merecida buena reputación, las plantaciones forestales, en general, no gozan de tan buena prensa”

La mala fama que arrastran las plantaciones forestales, aunque a menudo exagerada, tiene su razón de ser. La mayor parte de ellas se han establecido respondiendo al arquetipo mencionado antes: grandes superficies cubiertas por una sola especie, casi siempre exótica, sin más consideración que producir el máximo volumen de madera en el menor tiempo posible. A este tipo de plantación, que ha sido la norma hasta hace poco, hay que reconocerles sin embargo un mérito: que han cumplido su cometido. Concebidas y diseñadas exclusivamente para producir madera, las plantaciones forestales suponen actualmente el 35% de la producción mundial de madera, aunque ocupan solo el 5% de la superficie. En España, los números son aún más espectaculares; el 75% de la madera procede de tan solo el 15% de la superficie. Sin embargo, más allá de la producción de madera, es cierto que son plantaciones con un alto coste ambiental y un elevado requerimiento de recursos, debido a su carácter intensivo, más propio de la agricultura.

Mejor cuanto más diversas

Todas estas plantaciones partían de una premisa bien arraigada en el sector forestal: que una plantación monoespecífica (de una sola especie) resulta más productiva que una mixta. Sin embargo esta premisa ha empezado a tambalearse en los últimos años, pues según se ha ido comprobando en diversos estudios, la mayor parte de las veces no se cumple. En la mayoría de los ecosistemas estudiados, la productividad de los bosques y plantaciones es mayor cuantas más especies de árboles haya. Es más, no solo es bueno que haya mucha diversidad de especies, sino que lo ideal es que estas sean muy diferentes entre sí, lo que se conoce como diversidad funcional. Esto se debe al principio de complementariedad, según el cual, cuando dos especies tienen características diferentes, aprovechan mejor los recursos del medio. Por ejemplo, si ponemos juntas una especie con las raíces superficiales y otra con las raíces profundas, serán capaces de aprovechar mejor el agua y los nutrientes que hay en el suelo; mientras que dos especies con el mismo tipo de raíces –o de hojas, o la misma altura– competirán entre ellas por los recursos.

Además, los bosques más diversos no solo son más productivos, sino que además son capaces de generar mejor el resto de servicios que nos proporcionan estos ecosistemas, además de madera: tienen mayor biodiversidad, mayor fijación de carbono, son mejores reguladores del ciclo hidrológico, y por si fuera poco, también son capaces de responder mejor a las amenazas que trae consigo el cambio climático, como tormentas, plagas, o episodios de sequía. ¡Se diría que todo son ventajas!

“En la mayoría de los ecosistemas estudiados, la productividad de los bosques y plantaciones es mayor cuantas más especies de árboles haya”

Por supuesto, no todas las combinaciones de especies son iguales y los investigadores ya se han puesto manos a la obra para averiguar cómo se comportan distintas mezclas de especies. Actualmente, varios proyectos de investigación han establecido redes de parcelas experimentales (recogidas a su vez en la iniciativa TreeDivNet) en las que se combinan distintas especies de árboles y se evalúa a lo largo del tiempo, no solo cómo crecen, sino cómo cada combinación afecta a otros parámetros como el ciclo de nutrientes, las poblaciones de insectos, la fijación de carbono o la calidad del aire. Los resultados empiezan a llegar y prometen jugar un papel determinante en el diseño de las plantaciones del futuro.

Las plantaciones del futuro en los ecosistemas del presente

Mientras tanto, cada vez es más frecuente encontrar plantaciones que ya cumplen estas premisas y que no solo son más diversas, sino que además se diseñan para que cumplan multitud de objetivos más allá de la mera producción de madera. Aún son minoritarias, es cierto, pero la tendencia deja lugar a un cierto optimismo. Este tipo de plantaciones, bien diseñadas, pueden jugar un papel muy importante. Por un lado, diversas prácticas como dejar algunos árboles muertos en pie, usar especies autóctonas (mejor aún si son varias) o permitir un mayor crecimiento del sotobosque, pueden contribuir a reducir los potenciales impactos negativos de las plantaciones sin que la productividad se vea demasiado afectada.

Las plantaciones como estrategia de conservación

Aunque parezca paradójico, las nuevas plantaciones podrían ayudar a la conservación de los bosques. Todas las previsiones apuntan a que la demanda de madera no va a dejar de crecer en las próximas décadas, según vayan volviéndose escasos otros recursos alternativos, y esta madera tiene que venir de algún sitio. Al ser más productivas que un bosque, las plantaciones permiten producir la misma cantidad de madera en menos espacio, reduciendo la presión sobre los bosques naturales, que podrían gestionarse de manera menos intensiva. Por supuesto, para que esto ocurra, las plantaciones tienen que establecerse dentro de una planificación a escala regional y tiene que existir la voluntad política de utilizar la mayor producción de las plantaciones para una mejor preservación de los bosques. Si se dan estas circunstancias, en países donde aún quedan bosques primarios –los que nunca han sido explotados por el hombre– las plantaciones podrían incluso ayudar a su preservación, como han reconocido ya diversos organismos como la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, de las siglas en inglés Food and Agriculture Organization of the united Nations). Plantaciones forestales para salvar los bosques. Quién lo hubiera dicho, ¿verdad?