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Daniel Martínez

07/09/15

La industrialización del plátano

Desde hace ya muchísimos años, la producción agrícola del plátano y tomate son claramente excedentarias. Cada año sobra producción y bajan los clientes. Para mantener precios altos, los operadores del sector platanero realizan lo que llaman una“pica”, que significa destruir el exceso de producción de fruta sobre las toneladas destinadas básicamente a la exportación.

En lo referente al tomate, se llevan directamente al vertedero los excedentes, no sólo en Canarias, también en Almería, que es la provincia donde se encuentra la mayor extensión mundial de invernaderos. El agricultor Juan Cabeo afirmaba hace unos días que “se tiran de dos a tres millones de kilos de tomate diarios tan sólo en la provincia de Almería”.

Lo que sucede en el sector platanero no es menos apocalíptico. En más o menos el último trimestre se han llevado directamente al vertedero unos nueve millones de kilos fruta cortada. A esa cantidad hay que añadir unas 2.400 toneladas regaladas al Banco de Alimentos. Es decir, que en tan sólo un trimestre, se han sobreproducido más de 11.000 toneladas de plátanos en Canarias. ¿Cuantas miles de toneladas más se destruirán este año?

Como es lógico pensar, si esta situación kafkiana se repite año tras año, es porque alguien está pagando la factura de este evidente disparate económico y productivo. Las subvenciones que recibe el sector platanero de la UE y los aranceles que se imponen a la entrada de plátano y banano en territorio comunitario permiten mantener aquí esta situación artificial.

Por suerte para el sector, el plátano es el único producto agrícola deficitario en la UE, es decir que la producción interna está muy por debajo de la demanda del mercado comunitario, precisando importantes importaciones de terceros países. Eso hace que sea relativamente fácil negociar en Bruselas esas subvenciones para la fruta canaria y algo más complicado mantener los aranceles para el resto. Pero eso es a costa, no conviene olvidarlo, de obligar a pagar más dinero por un kilo de plátanos a los consumidores europeos de lo que pagarían si el mercado estuviera en libre competencia. Y esta situación no puede ser eterna, hay que espabilarse.

Una vez más se comprueba cómo las subvenciones distorsionan el mercado y la producción, en este caso del plátano y tomate, disparándose las hectáreas plantadas, produciendo excesos no buscados. Sin entrar en asuntos espinosos muy locales de pretendida justicia, es evidente que para beneficiar a unos miles de isleños se perjudica a muchos más, que han de sufragar doblemente esa peculiar política agrícola. De un lado, comprando la fruta más cara; de otro, soportando con sus impuestos esas políticas agrícolas nacionales y comunitarias.

Para mantener de forma rentable y sostenible nuestras producciones es imprescindible buscar ya nuevas vías de comercialización e industrialización. El intento fallido de exportación de plátanos a Marruecos, anulado por la baja calidad de la fruta enviada, según se ha publicado, no ayuda precisamente al sector. Y si eso fue así, los presuntos desaprensivos deberían ser excluidos del mercado por sus propios colegas dado el daño y la desconfianza generada.

Para aprovechar esos excedentes, si es que hubiera que mantener las producciones, sería muy importante que hubiera empresarios dispuestos a montar fábricas para la elaboración de productos basados en el plátano. También de otros productos con el mismo problema.

Sorprende que no se comercialicen desde Canarias, por ejemplo, mermeladas de plátano o se utilice este producto como un ingrediente más en la gastronomía local y turística, no solo ofreciéndolo, cuando se ofrece, como postre. Hay que tocar todas las teclas del piano.