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Miguel Lorenzo

12/11/14

La sequía ya es un ‘virus’ global

Mientras, Brasil, el país con las mayores reservas hídricas del mundo, agoniza por una sequía sin precedentes. En China, la falta de agua afecta a millones de personas y amenaza la estabilidad de la segunda economía del mundo. El Confidencial se reúne con habitantes de estos tres países para conocer cómo se enfrentan a este ‘virus’ global.

California: cuando se seca el interior de la tierra

A Olivia Vargas le encanta su barrio. No hay aceras, y el asfalto termina abruptamente un pequeños caminitos de tierra a lo largo de vallados de metal y perros flacos que se desgañitan al paso de un desconocido. Pero Olivia es feliz aquí. Tiene muchos amigos que la visitan y le traen nopales o se llevan huevos de sus gallinas. Vive con tres de sus hijos, ya adultos, por 700 dólares al mes en una casa espaciosa, con un amplio jardín lleno de plantas. “Este barrio es tranquilo, silencioso”, asegura. “No hay bandas”. Al otro lado de su propiedad no dejan de pasar, día y noche, coches por una carretera regional, pero ella está acostumbrada al ruido. Es otra cosa lo que le quita el sueño, por lo que reza al irse a la cama y al levantarse, por lo que cada mañana mira al cielo con angustia: la lluvia. “Yo digo Virgencita, por favor, haz que llueva de una vez”, explica con lágrimas en los ojos.

Porque en East Porterville, en el centro-este de California, hace tres años que apenas llueve. Y una mañana de junio, Olivia abrió el grifo para prepararse el café y en lugar de agua empezó a salir aire. “Yo creí que tenía la pompa descompuesta”, explica. “Vino mi hijo a mirarlo pero no... la pompa estaba bien. ¡Se me secó el pozo!”. En décadas de trabajar en los campos de naranjas, Olivia, que hace un mes y medio cumplió los 70, ha vivido heladas y sequías. Pero nunca pensó que se secaría su pozo. Ahora mira su césped amarillo con desolación.

Su casa está llena de botellines de plástico, de bidones y de cubos. Como todas las viviendas de este barrio, unas 400, donde la cercanía con las montañas y la presa del lago Success garantizaba agua subterránea, la casa de Olivia obtenía el suministro directamente del subsuelo a través de una bomba (“pompa”, como dicen por aquí) que descendía unos 40 pies (unos 12m). En California este tipo de perforaciones privadas no están reguladas, y algunos estudios estiman que la dependencia de ellas en todo el estado alcanza ya el 60%, mientras la sequía hace que el nivel del agua subterránea siga descendiendo.

Hoy, ya hay casi 300 casas en cuyos jardines se ven los bidones cuadrados de 300 galones (más de 1.000 litros) que han repartido diferentes ONG. “Para una familia de cuatro o cinco personas, el bidón dura una semana. Es agua limpia, que nos dona el Ayuntamiento, pero les decimos que no beban de ella por si acaso. De todas maneras en lo que más se gasta es en los baños, la limpieza, etcétera”, explica a El Confidencial Fred Beltrán, ingeniero jubilado voluntario de Porterville Area Coordinating Council, que todas las mañanas recorre el barrio y reparte este bien preciado. Algunos vecinos llevan tantos meses en esa situación que los bidones están conectados a la red de tuberías de la casa, consiguiendo que el agua, aunque con cloro, pase así por la caldera y salga directamente a cisternas y grifos.

Pero Olivia aún no ha conseguido instalar esas tuberías. Desde hace cinco meses sale al patio cojeando a causa de su artritis, y recoge agua en un balde cada vez que usa el retrete. Desde hace cinco meses vive con dos enormes bidones en la cocina, uno para fregar, y el otro, con tapa, para cocinar, “porque es agua potable”. En el salón se apilan cuatro cajas “de veinticuatros” (botellas de plástico de 25 cl) que le llevan diferentes personas, porque ella no tiene coche. “Pero eso me da como para cuatro días”. La lavadora la pone cuando los vecinos le dejan la manguera. Y los cacharros los friega “a puñitos de agua”.

Sus hijos, emancipados ya hace tiempo, le han dicho que se vaya a vivir con ellos a otras zonas, dentro de los límites de la ciudad, donde las viviendas están conectadas a la red municipal de suministro. Pero ella no quiere dejar el hogar en el que vive desde hace 22 años; sus gallinas y sus perros; su cacatúa y su jardín, y el pequeño altarcito con el retrato de su marido, que falleció hace cuatro años. Sólo espera que un día, por fin, llueva. Con un asombro mezclado con envidia e indignación, Olivia mira a una casa de enfrente de la calle, donde un aspersor lanza contra la luz del sol brillantes gotas de agua sobre un frondoso y verde césped. “¿Y cómo lo ve? Unos tanto y otros tan poco...”, murmura. La suerte ha querido que algunas bombas, apenas a veinte metros de distancia de la suya, todavía saquen agua de un subsuelo progresivamente más y más seco. Aunque es imposible saber por cuánto más tiempo.

Sequía en el país con las mayores reservas del mundo

“Yo tengo una casa grande en Ceará, en mi tierra, y estoy intentando venderla por 8.000 reales (2.600 euros), pero no voy a poder conseguir más de 5.000 (1.600 euros). Con este dinero, no puedo comprar nada en Río de Janeiro”. Vera es una de las decenas de miles de personas que tuvieron que emigrar hacia el sur de Brasil por causa de la falta de agua. Hace seis años, llegó a la Cidade Maravilhosa desde un pueblo del interior del nordeste brasileiro, asolado por la peor sequía de los últimos 50 años, según revela la ONU.

“La situación allí es terrible. Hace tres años que no llueve, ni una gota. No hay trabajo, no hay nada que hacer”, cuenta Vera. Hoy vive en una casa minúscula en lo alto de Santa Marta, la primera favela pacificada, junto a su marido y sus dos hijos. “Nos conocimos aquí. Yo trabajaba en la limpieza, él vende palomitas en la calle. Tuvimos a nuestros hijos y paré de trabajar. No tenía con quién dejarlos. Mi familia sigue en Ceará”, explica.

Ya conoció tiempos peores, cuando vivía en una favela no pacificada en el norte de la ciudad y tenía que refugiarse con su hija debajo de la cama cada vez que había un tiroteo. Alguna vez se he planteado volver a su tierra, pero allí no ve futuro. “¿Qué vamos a comer? Quedarnos aquí en Río significa pagar un alquiler altísimo y ganar un salario mínimo, pero volver al nordeste es condenarnos a muerte”, asegura Vera.

Brasil agoniza por una sequía sin precedentes, que arrasa no sólo el nordeste, sino también el centro, el sur y el sudeste del país. Una paradoja, si tenemos en cuenta que encabeza la lista de los diez países con mayores reservas de agua dulce del mundo. Posee más del 13% de las reservas hídricas del planeta.

Pero tanta agua no parece suficiente. El río São Franscico, la principal fuente de suministro para el nordeste de Brasil, también experimenta la peor sequía del siglo, agravada por la acción del hombre. Donde antes pasaban barcos, ahora pasan coches. La presa de las Tres Marías, construida en el Estado de Minas Gerais en el nacimiento de este río para almacenar 19.500 millones de metros cúbicos de agua, está a menos del 3% de su capacidad y podría dejar de generar energía eléctrica en cualquier momento. El río suministra agua a 521 municipios de cinco estados. De ellos, 122 están en riesgo de desabastecimiento y 85 ciudades ya se han declarado en situación de emergencia.

Sao Paulo, la ciudad más populosa de Brasil, también lleva un año secándose. El Sistema Cantareira está actualmente en el 11,8% de su capacidad, a pesar de las recientes lluvias. Una experta en agua y saneamiento de la ONU ha dado un nombre a este escenario: falta de planificación. A finales de agosto, en medio de la campaña electoral, Catarina de Albuquerque culpó al gobernador de Sao Paulo, Geraldo Alckmin, de ser el principal responsable de la crisis hídrica de Sao Paulo.

Albuquerque afirmó que el Gobierno de Sao Paulo debería haber planificado el consumo de agua y trabajar duro para evitar el desperdicio, que hoy consume el 40% del agua disponible. El informe de la ONU fue un mazazo para la campaña de Alckmin, que a pesar de todo fue reelegido.

La falta de organización de los gobiernos locales no es la única causa de la sequía en Brasil. En la región amazónica, entre 1970 y hasta 2013 la explotación de la madera y la deforestación se han comido 762.979 km² de floresta, un área equivalente a dos Alemanias. Según un informe del Centro de Ciencia del Sistema Terrestre (CCST), la deforestación en la Amazonia es directamente responsable de la sequía en otras regiones del país, especialmente las del sur, como el área metropolitana de Sao Paulo.

La pérdida de la cobertura vegetal interrumpe el flujo de humedad desde el suelo a la atmósfera. Los “ríos voladores”, las grandes nubes de humedad responsables de las lluvias, transportadas gracias al viento desde la Amazonia hasta el centro y el sur de Brasil, no siguen su viaje y esto causa escasez hídrica. La receta que sugiere Antônio Nobre, autor del informe, parece simple: cero deforestación y más reforestación, algo que en las actuales condiciones parece cuando menos utópico. Brasil no ha firmado el documento presentado en la última Cumbre sobre el Clima de la ONU, en septiembre de este año, para reducir a la mitad la pérdida de florestas hasta 2020 y dejarla en cero para 2030.

La ONU prevé que para 2030 la mitad de la población mundial estará viviendo en áreas de fuerte sequía. Desde 1.900, más de once millones de personas han muerto por falta de agua.

Pekín: demasiados para tan poca agua

Zhao Xiaoyan, de 61 años, carga con dos garrafas llenas de agua extraída de un pozo excavado por sus vecinos. Esta escena se repite cuatro veces por semana, ya que la familia de Zhao, a pesar de vivir en Pekín, sufre cortes diarios en el suministro de agua. “Cocinamos, bebemos y nos lavamos con el agua que compramos y con la que sacamos del pozo. Tenemos agua tres o cuatro horas al día, pero no siempre, y normalmente tenemos que esperar a que quede limpia de los residuos que arrastra para poder aprovecharla”, asegura Zhao a El Confidencial.

Su casa está situada en la comunidad de Shuimo, a unos 15 kilómetros del centro de Pekín. La causa de sus tribulaciones es sencilla: el rápido desarrollo del área, sumado al incremento exponencial de la población y a unas infraestructuras deficientes, ha provocado que el suministro de agua sea insuficiente.

“Hace unos años no era así. Poco a poco ha ido llegando más gente, se han construido más viviendas y los cortes son ahora más frecuentes. Hemos llegado a estar más de una semana sin agua y en invierno, cuando algunas cañerías se congelan y estallan, la situación es peor”, cuenta Zhao, quien además teme que el aumento de la población termine agotando también las reservas subterráneas.

Esta situación, que se repite en muchas ciudades del noreste de China, podría empeorar en los próximos años. Según el “Plan Nacional para un nuevo modelo de urbanización”, difundido el pasado mes de marzo, se espera que las grandes ciudades del país acojan al 60% de la población en 2020. Esto, según la consultora McKinsey Global, supone que 350 millones de nuevos habitantes llegarán a las 20 grandes urbes de China.

Al problema existente en las zonas urbanas, se une el relativo al abastecimiento de cultivos y del vasto tejido industrial, que actualmente, y en muchos de los casos, se lleva a cabo a través de un sistema de cañerías casi obsoleto. La solución a estos graves problemas debería haber llegado con el denominado trasvase “Sur-Norte”, una idea que surgió a mediados del siglo XX de la mano de Mao Zedong y que fue abandonada por falta de medios. En 2002 se retomó el plan para llevar agua desde la parte meridional del país hasta la zona norte, dividido en tres secciones. Dos de ellas, las procedentes de la provincia de Hebei, en el centro de China, y la que recoge agua del curso bajo del río Yangtsé, en el sur, ya han comenzado a operar.

Este ambicioso plan, sin embargo, cuenta con numerosos detractores. Las más de 300.000 personas desplazadas forzosamente y los problemas derivados de transportar miles de millones de metros cúbicos de agua a través de zonas contaminadas, han generado dudas entre grupos ecologistas y expertos, quienes afirman que el trasvase no será suficiente sin una mejora de las infraestructuras.

Lejos de estos debates están Zhao y su familia, cuya mayor preocupación es la llegada del invierno. Según cuenta, el pasado enero no pudieron ducharse en condiciones ni lavar la ropa durante más de tres semanas. El agua no llegaba, o lo hacía sin presión, y la del pozo estaba parcialmente congelada.

Ellos, como cientos de miles de residentes en las grandes ciudades del noreste de China, están a la espera de un trasvase que, sin embargo, no eliminará los problemas que subyacen. Problemas que, si no se solucionan en un corto plazo, podrían amenazar el crecimiento y la estabilidad de la segunda economía del mundo.