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Marta García

19/12/12

Los cereales, una pieza singular de nuestra Producción Final Agraria

«Hay que mirar al subsector cereales en España con mucho más interés. De su éxito o su fracaso dependen muchas cosas y una buena parte de nuestra PFA. Las incertidumbres sobre los mercados internacionales son cada vez mayores. Y de ahí la importancia de estar a la última en la mejor tecnología agronómica para forzar, una vez más, como en el XIX -de ahí el ejemplo- nuestra capacidad productiva».

Querido lector:

Este número consagra su Dossier al subsector de cereales y leguminosas. Es buen momento para ello, veremos el porqué. Muchas cosas dependen en nuestro país de este subsector y muchos subsectores viven en vilo por la alta volatilidad de los precios de sus producciones. Y puede que necesitemos reproducir la revolución agronómica española del XIX que permitió alimentar a una población que crecía y se duplicaba en pocos años tras la guerra de la Independencia. Permítanme, pues, que haga previamente una digresión histórica sobre la expansión de los cereales en la España del XIX.

A comienzos del ese siglo, según las estadísticas oficiales de la época, había casi 15 millones de hectáreas consagradas a todos los cereales, incluyendo en ellas, unos 7 millones de ha de barbecho. Esas hectáreas rendían una producción de unos 48,3 millones de hl. Medio siglo más tarde, en 1868, la producción crece hasta los 74,5 millones de hl, y a comienzos del siglo XX estamos ya en los 100 millones. En esos años, en ese siglo habría que decir, se introducen las máquinas, las gradas, vertederas, trillos especiales, se intensifican los cultivos, hay ganadería estante, se aplican abonos químicos y estiércol, comienzan las rotaciones de cultivo y las alternativas con las leguminosas y se pasa, de 4 millones de hl producidos a 8,1 millones al terminar el siglo. A fines de ese siglo España exporta cereales. Esa fue la gran revolución agraria que llevaron a cabo los ingenieros agrónomos de la época nacidos de aquella vieja Escuela creada por Isabel II mediado el siglo.

No volveremos a encontrarnos con otras exportaciones de cereales hasta casi finalizado el siglo XX, en 1981, en plena Transición, cuando España rompió esa dependencia del exterior -fui testigo excepcional de ello- y se exportaron 537.000 t de trigo y 757.000 t de cebada y además 328.000 t de harina de trigo a la URSS. Un récord histórico que además permitió que ese año la balanza comercial cerrara con una tasa de cobertura del 95,9%, mientras que al inicio de la Transición era inferior al 70%. Y ello sin subvencionar una sola tonelada, a precios internacionales.

Pues bien, ahora los cereales se han convertido en una pieza singular de nuestra Producción Final Agraria (PFA) pero altamente dependiente de los mercados exteriores debido a las fuertes necesidades de importación a que nos empuja nuestra ganadería y a los altos precios a que los empuja la fuerte demanda de los países emergentes. Una ganadería, sobre todo la porcina, que se ha convertido en uno de los sectores más pujantes de nuestra PFA a la que aporta el 12,5%, cuyo valor es superior ya al de cereales, y que es el segundo productor de la UE y cuarto del mundo y gran exportador a la UE y a los BRIC. Tales éxitos han sido obtenidos merced a haberse dotado de la más alta tecnología y siempre en lucha con la alta volatilidad de los precios de cereales y oleaginosas, de los piensos en suma, por su alto peso en su estructura de costes.

Y ese es el dilema presente, una vez más, tras las "llamaradas" de años anteriores. Ha pasado ya la reciente presión bajista de los maíces que nos llegaban del Mar Negro -siempre tenemos detrás el Mar Negro pero por causa de Ucrania y Rusia que nos acechan o nos alivian- y ha vuelto a cambiar de signo. Los balances de oferta-demanda son muy desequilibrados, cualquier baja en cosechas esperadas altera fuertemente los futuros, pero además la oferta mundial es cada vez más baja para alimentos porque una parte significativa acude a los mercados de biocombustibles, y por el lado de la demanda los nuevos consumidores de los BRIC, al amparo del fuerte crecimiento de sus rentas disponibles, presionan al alza la diferencia sobre la oferta. Si a eso se añade el nuevo veto a la exportación de Ucrania -aunque no es nuevo en el último quinquenio- se puede comprender que una previsible y progresiva escasez amenaza los precios de tales inputs. Y lo mismo ocurre aunque por distintas causas con la harina de soja.

Es por ello que hay que mirar al subsector cereales en España con mucho más interés. De su éxito o su fracaso dependen muchas cosas y una buena parte de nuestra PFA. Las incertidumbres sobre los mercados internacionales son cada vez mayores. Y de ahí la importancia de estar a la última en la mejor tecnología agronómica para forzar, una vez más, como en el XIX -de ahí el ejemplo- nuestra capacidad productiva. Recordemos a Hegel: «Cuando el hombre convoca a la técnica, ésta siempre comparece». No todo está hecho, convoquemos una vez más a la técnica. Vendrá en nuestra ayuda.

Un cordial saludo.