Un proyecto en el Instituto Tecnológico de Celaya (ITC), en México, desarrolló un bioproceso para producir frutos grandes, resistentes y jugosos, sin que éstos pierdan sus nutrientes y mantengan sus propiedades de textura.
Cuando los exploradores españoles trajeron los tomates domésticos a Europa por primera vez hace 500 años, la fruta ya era gigantesca comparada con sus homólogos silvestres, del tamaño de una aceituna.
Esther van der Knaap, genetista de la Facultad de Ciencias Alimentarias, Agrícolas y Ambientales de la Universidad Estatal de Ohio (Estados Unidos), dirigió un equipo internacional de investigación que descubrió y clonó un gen que regula el tamaño del fruto de las tomateras.
Un proyecto en el Instituto Tecnológico de Celaya (ITC), en México, desarrolló un bioproceso para producir frutos grandes, resistentes y jugosos, sin que éstos pierdan sus nutrientes y mantengan sus propiedades de textura.