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¿Tijera o garrancho?. Esta pregunta marca el paso de la infancia a la adolescencia en La Mancha. La vendimia dejar de ser ese juego de niños que durante el finde se suben al remolque a pisar las uvas y acompañan al tractorista a la cooperativa. Y la liturgia cambia. De un día para otro puedes beber vino en el almuerzo, comer caldillo en el perol y descubrir ese "no-se-qué..." en la hija del capataz. Todo adquiere un nuevo significado; la codiciada rueda trasera del tractor en el cigarro de las 12, la sombra de un remolque, la siesta debajo de una acacia, la versión higiénica de una pámpana, el olor a mosto y ese silencio con moscas.

“Lo bello del desierto es que en algún lugar esconde un pozo”. El Principito fue el primer libro que me regalaste. Recuerdo que te pregunté que si esa frase se refería a La Mancha porque en aquellos tiempos casi todos anhelaban 20 fanegas de viña con casa y pozo.

No era necesario viajar a desiertos muy lejanos para comprobar los rigores de un verano extremo. La época de siega y esos campos de Castilla, a punto de ebullición, despojados de cualquier concesión a un verso de Machado, convertían la sombra de un remolque en un pedacito de cielo en la tierra. Tras apoyar la espalda en una de las ruedas, el silencio. Esos silencios que sólo entienden los hombres y...

Uno se da cuenta de que esto de la vida va en serio cuando una gélida mañana de enero, al alba, y sin viento fuerte de levante, un sarmiento escarchado impacta bruscamente en tus narices. En el “gran viñedo del mundo” casi todos teníamos algún “petit terroir” y un padre de inspiración merkeliana al que ayudar los sábados.

El preceptivo paso por el bar a las 7 de la mañana era parte del protocolo. Y allí estaban ellos, los viejos viticultores manchegos, con su café, copa y puro como si levantarse cada día para ir al campo fuera motivo de celebración. Era parte de un guión vital establecido, heredado de sus padres y abuelos, con la diferencia de que ellos...

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